¿A qué temperatura nos bebemos un vino?
Sobre esto hay, e imagino que seguirá habiendo, mucho debate. La tradición dice que los espumosos y los vinos blancos se beben fríos o muy fríos. Los tintos jóvenes frescos y los tintos con crianza más atemperados. Pero las cosas no son tan sencillas como para establecer esas reglas.
Hay varios factores que intervienen a la hora de decidir la temperatura del vino. El primero, por supuesto, es nuestro gusto personal. Si a mí me gusta un blanco atemperado o un tinto fresco, seré yo quien decida su temperatura, no una regla que no se sabe a ciencia cierta de dónde viene.
Después, influye mucho dónde y cuándo nos bebemos el vino. No debería ser igual la temperatura del vino que tomaremos para comer que la del vino que acompañará nuestra cena. Y qué ocurre si me tomo un vino en verano y el mismo vino en invierno? La temperatura ambiente es muy distinta si me tomo un vino en Alicante o en Bilbao. Y si lo tomo con una ensalada o con una sopa de pescado?
Todos esos factores deberían influir a la hora de elegir a qué temperatura servimos un vino. En mi caso, en invierno los vinos me gustan más atemperados porque ya hace fresco. En verano me gusta el vino recién sacado de la nevera y que vaya ganando grados según voy comiendo. Todo esos factores influyen, aunque por encima de todos ellos sigue estando mi gusto.
Pureza, por ejemplo, un Moscatel con maceración con sus pieles y crianza en ánforas de arcilla. Es un blanco elaborado como un tinto y por eso me gustan beberlo menos frío, o más tirando a poco fresco. Más frío me molesta en la boca y se pierden los aromas. Sin embargo, más atemperado es una explosión aromática de tal calibre que no puedo dejar de olerlo.
Así que lo de la temperatura de servicio del vino es algo tan personal que debemos practicar para saber cuál es nuestra temperatura ideal. Así sabremos cómo nos gusta un blanco, un tinto, un espumoso, un vino naranja o un vino de postre. La práctica hace el hábito y la práctica perfecta nos lleva a la perfección.
Salud!!
