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Reflexiones de un paseo por Abargues

Como cada año, se nos echa encima el verano sin darnos cuenta. Las viñas se ven ya como un mar verde, sus hojas sanas y creciendo a buen ritmo sobre nuestros suelos rojizos. Cada día, paseo entre las hileras de las cepas y miro todo con lupa. Se va acercando la vendimia rápidamente. El descanso, el silencio y concentrarme en cómo se desenvuelven las uvas son fundamentales ahora para poder pintar mi lienzo.

En este año de poca lluvia, las viñas siguen peleando. Las valientes responden. El rocío siempre presente y los vientos del mediterráneo que traen esa humedad tan necesaria les alimenta. Las veo fuertes.

No me canso de mirar estas viñas, siento la misma ilusión y emoción ante cada cosecha mientras voy pisando estos suelos tan antiguos y tan llenos de historia. Me paro a observar, posando una mano sobre la piedra seca de los muros centenarios.

Cuando miro a mi alrededor, veo el riu rau, restaurado con tanto cariño, el valle que nos acuna y la montaña del Cavall Verd al fondo en toda su majestuosidad. Que gran suerte estar en un lugar así y poder cultivar estas viñas en este paisaje. Y pienso en como transmitir este paisaje a los vinos. Presto atención a cada detalle que veo, que oigo, que huelo y que siento. Los vinos deben hacer sentir y también tener sentido. Ahora empieza lo bonito. A soñar día y noche con estas pequeñas maravillas y ver cómo hacerlas brillar.

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